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Masacre de Tiananmen

En Tiananmen, hace 30 años, 'no pasó nada'

Las autoridades chinas han concentrado sus esfuerzos para tapar la violenta represión del movimiento estudiantil. Un episodio que marcó el punto de inflexión de un poder, hoy, menos que nunca dispuesto a ampliar las libertades de sus ciudadanos.

"Un poder absoluto corrompe absolutamente" se podía leer en una pancarta de un grupo de periodistas que apoyaba la protesta a favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen, Beijing, China, el 17 de mayo de 1989.
"Un poder absoluto corrompe absolutamente" se podía leer en una pancarta de un grupo de periodistas que apoyaba la protesta a favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen, Beijing, China, el 17 de mayo de 1989. Carl Ho / Reuters
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"Tenía algo parecido con los míticos conciertos de 1969, en Woodstock", relató un fotógrafo francés presente en el lugar de los hechos. Con carpas, casas improvisadas y mucha fe, miles de jóvenes chinos se amontonaron en la plaza Tiananmen, el corazón de Beijing, rompiendo tanto las barreras del tradicionalismo que regían sus relaciones personales como las de la revolución que definía el rumbo de lo colectivo.

En junio de 1989, los estudiantes ya llevaban varias semanas en las calles, movilizados a raíz de la muerte de Hu Yaobang, un exsecretario general del Partido Comunista Chino (PCC) erigido en figura de la posible apertura democrática. Los manifestantes alababan a este hombre caído en desgracia por haber deseado, desde las altas esferas del Estado, una liberalización generalizada de China, en complemento de las reformas económicas iniciadas en 1978.

Los dirigentes buscaban estabilizar al país que yacía sobre las cenizas de la Revolución Cultural del líder supremo, Mao Zedong, que falleció en 1976. Las pugnas de poderes fueron intensas, y de estas se destacó Deng Xiaoping, un representante de la vieja guardia, pero también un pragmático.

Fin de la Guerra Fría y esperanzas de apertura

En 1989, la juventud china observaba con entusiasmo las grietas cada vez más evidentes del muro de Berlín y de los regímenes socialistas que dominaban a la mitad de Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Frente al retrato de Mao, los estudiantes levantaron su propia Estatua de la Libertad y empezaron a florecer los reclamos de cambio en las instituciones.

Exigencias que maduraron desde el “muro de la democracia”, símbolo perdido de otro movimiento que tuvo lugar 20 años atrás, y que cobraban cada vez más sentido en una China que quería promover la modernidad ante el mundo.

En una mezcla de rechazo a la corrupción y de denuncia ante la falta de oportunidades y libertades, Tiananmen se convirtió en un bastión opositor. Los estudiantes demostraron su repudio categórico a la influencia que pretendía ejercer el PCC sobre sus organizaciones y crearon sus sindicatos autónomos.

En mayo de 1989, se aceleró el curso de los eventos. El 4, decenas de miles de personas conmemoraron los 70 años de una de las primeras manifestaciones patrióticas encabezadas por la juventud. El 12, centenares de estudiantes empezaron una huelga de hambre, lo que permitió popularizar el movimiento en el país y entre la diáspora esparcida en el exterior. El 15, el jefe de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, llegó por una visita histórica a Beijing, trayendo consigo a una bandada de periodistas internacionales que pusieron su foco sobre las protestas. El 20, tras imponerse la franja ortodoxa dentro de la cúpula dirigente del Estado, la ley marcial fue decretada.

Una protesta que se volvió general

A esas alturas, ya no se trataba solamente de un alboroto estudiantil, sino de una rebeldía popular. Obreros, empleados, incluso miembros de las fuerzas de seguridad simpatizaron con esta ola calificada de “antisocialista” por las autoridades. Pronto, un helicóptero sobrevoló la plaza tirando folletos para incitar sus ocupantes a abandonarla.

En la noche del 4 al 5 de junio, el Ejército atacó. Frenados brevemente a las barricadas erigidas por los vecinos defensores de los manifestantes, las tropas necesitaron unas pocas horas para aplastar el movimiento de Tiananmen. Con tanques, pisotearon el improvisado foro que se atrevió a soñar una nueva era y con balas pusieron fin a la resistencia.

Las cifras oficiales reportaron alrededor de 300 muertos, un balance muy por debajo de lo que notaron actores terceros. La Cruz Roja china contabilizó en ese momento a 2.700 fallecidos, mientras que un diplomático británico mencionó a unos 10.000. Al igual que el número de detenidos en la represión que se abatió luego, es muy difícil definir esta tragedia humana con cifras exactas.

Se resalta la posible orden directa de Deng Xiaoping para perpetrar este baño de sangre, ya que el dirigente necesitaba asentar su autoridad para mantener el ritmo de sus reformas. De hecho, luego de una breve indignación de las cancillerías del mundo, Xiaoping logró efectivamente atraer a los grandes capitales extranjeros, que permitieron la construcción de ciudades enteras y la transformación de China en el polo de la manufactura del planeta.

“Fue una turbulencia política y el Gobierno central, junto con los militares, tomó medidas para detener la turbulencia, lo cual es una política correcta”, afirmó el general y ministro de Defensa, Wei Fengh, este lunes 3 de junio. “Estos últimos 30 años han demostrado que bajo el liderazgo del PCC, China ha realizado grandes cambios”, agregó.

Aún más programático, el oficialista Global Times se alegra de que este “incidente” no haya afectado al país en el “largo plazo”. “Como una vacuna para la sociedad china, lo ocurrido en Tiananmen propició en gran medida la inmunidad de China contra cualquier tipo de agitación política importante”, afirma una columna de este medio, “habiendo alcanzado una madurez política, ahora entendemos la importancia del desarrollo continuo del país a través de evoluciones en lugar de revoluciones.”

Un “incidente” que sirvió de "vacuna" a la sociedad: la postura asumida del oficialismo

Unos poco frecuentes pronunciamientos que se dirigen más que todo a la opinión internacional, ya que, entre las fronteras chinas, domina la ley del silencio. A los mayores que presenciaron este episodio, se les invita a no evocarlo, y con los más jóvenes, se procura que no se enteren de nada.

“Si les preguntas a los millennials, les garantizo que el 90 % de ellos no saben” lo que ocurrió en Tiananmen esa noche de junio de 1989, afirma una profesora a un medio basado un Hong Kong. Ningún manual de historia menciona el drama.

En China, encontrar en Internet una tan famosa imagen como la del hombre parado frente al tanque, es casi imposible. WeChat, la herramienta digital usada masivamente en ese país para intercambiar conversaciones digitales impidió, en 2018, la consignación de sumas de dinero de 89,64 o 64,89 yuanes, ya que podrían recordar la fecha del 4 de junio de 1989.

Más allá del propio esfuerzo de hacer desaparecer o no dejar emerger cualquier huella de este evento, las autoridades chinas están conceptualizando su propia visión de las redes, un Internet a sus órdenes, que podría servir de instrumento de control social en el mediano plazo.

El actual presidente, Xi Jinping, está reforzando la mayor concentración de poderes y culto de la personalidad desde la época Mao, con la clara intención de imponer un liderazgo duradero en el escenario internacional. Un esquema en el cual no cabe el trabajo de memoria.

En la China contemporánea, tres décadas después de Tiananmen, los sueños de democracia fueron enterrados debajo del consumismo y la disidencia sigue sin posibilidad de existir.

La masacre del 4 junio forjó la práctica de una generación de dirigentes y desestimó cualquier intento de protesta. Los implicados todavía se preguntan cómo surgió tanta violencia. “Éramos patriotas. No estábamos tratando de derrocar a las autoridades, y esperábamos poder tener un diálogo adecuado con ellos, para hablar de muchas cosas”, relata a la agencia AFP Wang Dan, ex líder del movimiento de 1989, “no creo que era un enfoque radical, por lo que supuse en ese momento que el gobierno terminaría de acuerdo con nosotros”.

Con AFP y Reuters

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